22 julio 2013

El abejar del agua


Miseria y compañía

Andrés Trapiello

Pre-Textos, 2013. Colección "Narrativa Contemporánea"

ISBN: 978-84-15576-53-2

404 páginas

25 €
  



Antonio Rivero Taravillo

Sucedió en la presentación en Sevilla de La novela de K., segunda entrega diarística de José Manuel Benítez Ariza: entre el público había un tipo ceniciento y resentido que se costea la edición de unos diarios que andan muy escasos de interés, lo mismo vital que literario, y ni corto ni perezoso salió a pontificar contra los autores de aquellos otros diarios en que la ficción se solapa con la realidad, quizá manifestando el pobre hombre su admiración y envidia por esos personajes más de legajos que de libros: los notarios. A este X (le tomo prestado el embozo a Andrés Trapiello, y que me aspen si vuelvo a leer una línea más del referido don nadie sevillano) le parecía muy mal que el autor del Salón de pasos perdidos en que se encuadra Miseria y compañía ideara, adornara, novelara al cabo, por más que esto sea algo que no se oculta jamás, pues con caracteres perfectamente legibles los volúmenes declaran al pasar por la aduana de la policía diarística, antes de abrazar a los lectores que los están esperando impacientes: “Una novela en marcha”. Y no así, sino en versales. Pero ni por esas. X dice que Trapiello pasa de contrabando creación, aquello de lo que él mismo carece.

Pero este caso patológico es excepción. La inmensísima mayoría de personas avisadas saben que en estos diarios van a hallar gran literatura. Cortés, para no contradecirlos, el presente tomo ofrece algunas de las mejores páginas de todo el ciclo, consiguiendo, y parecía imposible, el más difícil todavía. Trapiello cada vez sabe templar mejor el tono humorístico, que actúa como un bajo continuo incluso en los momentos de mayor gravedad o introspección, y que aplica a sí mismo antes que a nadie. Crea, además, neologismos, juega a veces con el lenguaje, evoca situaciones pasadas y narra y describe las del momento. Y hablando de bajo continuo y del trabajo gozoso del autor, ya sea en su piso de Conde de Xiquena en Madrid o en la casa de campo de Las Viñas: un regato y unas piedras le hacen escribir esta frase, también aplicable al libro y a todo el empeño sostenido que fluye desde hace veintitrés años: “Había algo subyugante en ese susurro, en su laboriosa urdimbre: el abejar del agua.”

Hallamos aquí los lagares extremeños, el pasear la mercadería literaria de alguien que no tiene vocación comercial por Múnich o los Países Bajos, un periplo italiano en familia, la vida propia de los chicos R. y G., la postración final del admirado y querido Ramón Gaya, la mofa de un conocido poeta editor abonado a estas páginas y en cuya nómina ya debe de ir devengando trienios y hasta sexenios, el Rastro, los sucesos del 11 de marzo de este 2004 de a poco más de una página por día, la escritura de la obra propia (aquí, la novela Al morir don Quijote)… El accidente que ocasiona la fractura del pie (que se nos cuenta junto con la necesaria rehabilitación) quizá sea el motivo de que el autor acelere y pase casi de puntillas (valga la expresión, porque usa muleta) sobre el final del verano y el otoño junto el tasado número de días del invierno que corresponde, poco más de una semana, a cada tomo de estos diarios, que siempre acaban con el año.

En este tomo Trapiello se ha dejado la ventana abierta y se ha colado por ella una mosca, variante cojonera, que se posa en algunas palabras para señalar la indistinción de género, o mejor dicho: la inclusión de ambos. Así, en vez de escribir “aventureros” o “aventureras”, el tipógrafo que hay en el escritor compone “aventurer*s”. Es su particular arroba este asterisco, y siendo como es innecesario, un capricho, tampoco merece la pena prestarle demasiada atención más allá de la travesura, en realidad no de hombre ni de mujer, sino de niño. No convence, pero no vamos a matar moscas a cañonazos. Además, su zumbido pasa casi desapercibido en el general susurro.

Los lectores habituales de Trapiello ya lo saben, aunque en Miseria y compañía todo lo ya conocido se acrecienta, si cabe: se trata de una obra sobresaliente, sin parangón (me atrevería a decir que en cualquier lengua, al menos en su fortuna editorial), y muy adictiva, pero no por añadidos químicos, sino por su calidad natural. Para quien se aproxime por primera vez al Salón de pasos perdidos, que ya tendrá sus desertores pero que a cada entrega suma incondicionales, aquí va una lista de algunos de los ingredientes, pues la fórmula solo la conoce su autor (al que antes se le leía tomar más esa bebida de arcana ecuación, la coca-cola y ahora prueba más la cerveza, el vino): levedad, hondura, observación, piedad, ironía, paisajes, pensamiento, aguafuertes, todo ello con una expresión afortunada en cada párrafo y un repertorio de palabras que se rescatan para la literatura y la vida, no la filología, la Academia.

1 comentario:

José M. Sánchez-Paulete dijo...

Fatástico Trapiello, su diario, acertado Taravillo, salimos ganando los lectores, no hay trampa, solo literatura. Que suerte tenemos.