06 junio 2013

El llano ‘on fire’

Estampas del Valle

Rolando Hinojosa-Smith

Xordica, 2013. Colección “Carrachinas”

ISBN: 978-84-96457-84-3

144 páginas

13,95 €

Prólogo del autor



José María Moraga

Leí Estampas del Valle porque me dijeron que acá vivía mi lengua: una tal lengua española. Años de afición y estudio universitario de las literaturas norteamericana e hispanoamericana no me pusieron delante a un autor mayúsculo, que me atrevería a calificar de desconocido en España salvo para especialistas, como resulta que es Rolando Hinojosa-Smith. Tras este nombre imposible se esconde un narrador, poeta y académico tejano nacido en 1929, autor de una enorme saga conocida como Klail City Death Trip (Viaje de la muerte de Klail City),  quince volúmenes que presentan las vidas de un millar de personajes que pueblan el condado imaginario de Belken, en el Valle del Río Grande (Texas).

La región imaginaria en literatura por esas latitudes tiene egregios precedentes en las obras de -por ejemplo- Juan Rulfo o William Faulkner, autores de los que es obligatorio acordarse cuando nos enfrentamos  al libro que traigo entre manos. Me enfrento al volumen fundacional del Klail City Death Trip, Estampas del Valle (1973), que la editorial Xordica ha tenido a bien editar en España como una atractiva novedad, pero se trata de todo un clásico. Originalmente titulado Estampas del Valle y otras obras, el libro (como dice el propio autor en un prólogo) “ya es mayor de edad, este año de 2013 cuenta con cuarenta años de vida” (7) y consta de varias secciones, que podrían calificarse de relatos, a su vez subdivididas en estampas o viñetas. La hilazón de todas ellas resulta difícil pero va fortaleciéndose de a poquito: al principio el lector avanzará desorientado, dadas la multiplicidad de voces y personajes y la falta de trama convencional de las píldoras literarias que las Estampas del Valle ofrecen. Asistimos a una yuxtaposición de anécdotas en tercera persona, monólogos en primera, diálogos inmediatos y textos diversos (notas de prensa, documentos jurídicos…), desordenados cronológicamente. Se comprenderá entonces que las menciones a Faulkner y Rulfo de este mismo párrafo no eran una mera cuestión de ‘name dropping’.

Los personajes, los lugares (imaginarios) y las anécdotas reaparecen de modo cíclico, con lo que poco a poco se va trazando un embrionario fresco de la gente del condado de Belken, en ocasiones rayano en las genealogías bíblicas, que lentamente va cobrando más sentido. El carácter fragmentario, la copia de personajes y la temática de las anécdotas -ora correrías bélicas, ora escenas familiares- me han recordado también a otros puntales de la literatura mexicoamericana, como The House On Mango Street (1984) de Sandra Cisneros, Los de abajo (1916) de Mariano Azuela o incluso nuestro valleinclanesco Tirano Banderas (1926). Hinojosa-Smith reclama por derecho propio su lugar en el coro de voces hispanoamericanas: sus diálogos no tienen nada que envidiar a los de un, digamos, Pedro Páramo (1955). No faltan en Estampas del Valle los elementos temáticos de la mitología de la frontera: los ‘rangers’ de Texas (“rinches”, aquí), la reivindicación de “la raza” (entendida como sinónimo de pueblo chicano, es decir, mexicoamericano) frente a los “bolillos” (anglos emigrados tardíamente a Tejas), la violencia, las cantinas con sus tragos, y en general las tradiciones nacionales mejicanas frente a las novedades provenientes del resto de los Estados Unidos. La unión de ambos mundos se efectúa en la obra de Hinojosa de manera natural, sin aspavientos. Si hay conflicto, que sea armado, por unas tierras, como lo habría con unos vecinos cualesquiera y no por un problema de integración racial. Los chicanos no tienen problemas en este crisol Tex-Mex puesto que están en su casa: ellos desayunan “one tortilla de harina con PLENTY OF PEANUT BUTTER!” (123), por poner un ejemplo.

En este sentido, el gran regalo de esta colección de estampas del Valle del Río Grande reside en el lenguaje. Por si no ha quedado claro en todo lo anteriormente expuesto, el libro está escrito en español. En español de América; para ser más precisos en español de Texas, Estados Unidos. Por supuesto que este es una variedad del español mejicano (de ahí los parentescos literarios que busqué antes), pero el léxico se muestra rico en particularidades geográficas: eso que los puristas odian y que tanto enriquece la lengua: el Spanglish. Así, los ‘rangers’ se convierten en “rinches”, un gato hidráulico es un “yaque” (‘jack’), un camión un “troque” (‘truck’), un pinchazo es un ‘flat’y así sucesivamente. Las voces inglesas también aparecen en el texto, a veces en boca de los personajes, sin solución de continuidad, y algunos pocos de los fragmentos del libro (una deposición en un juzgado, varias noticias de un periódico) están escritos en inglés, sin que autor ni editor ofrezcan traducción alguna. Esto sin duda no es una coincidencia: en el ámbito privado los tejanos viven su cultura de modo libre, hablan como mejicanos y mantienen sus tradiciones; en un momento dado el lector podría pensar que las historias se desarrollan en algún estado del norte como Coahuila, Nuevo León o Tamaulipas, pero la realidad anglo se muestra tal cual es en la esfera de lo público: los tejanos pagan en dólares, deben acudir a tribunales y prisiones federales y combatir en la Primera o Segunda Guerra Mundial, o en la de Corea.

La clave simbólica o temática de esta obra he querido verla en un párrafo del fragmento titulado “Los revolucionarios”, que a mi juicio ejemplifica muy bien la realidad de la frontera Tex-Mex, y que por tanto reproduzco:

Como la tierra era igual para los mexicoamericanos dada la proximidad a las fronteras y el bolón de parientes en ambos lados que nunca distinguieron entre tierra y río, el atravesar la una y cruzar el otro lo mismo era, fue y (aunque los de la inmigración -la migra- no lo crean) sigue siendo igual para muchos mexicoamericanos; la raza, pues, hacía lo que le daba la gana con su vida.” (97)

De este modo la frontera era antiguamente una línea imaginaria que los tejanos transitaban a su antojo porque no les afectaba (ellos no cruzaron la frontera, la frontera les cruzó a ellos, según el conocido aforismo chicano). Todo esto cambió cuando cambió la geopolítica norteamericana y por tanto las leyes de inmigración, y el que quiera más sobre esto basta con que se informe sobre la nueva reforma migratoria que quiere poner en marcha Obama en 2013. Cuando apareció Estampas del Valle hace cuarenta años, aunque ya existiera la migra, las cosas eran más fluidas, y hace cien, no me lo quiero ni imaginar. Hoy todo es muy diferente, la poeta chicana Gloria Anzaldúa habló de “un choque, a cultural collision” y a mí se me vienen a las mientes la escena de Babel (2006) en que la niñera mejicana lleva a los niños a su cargo a una boda en Tijuana sin permiso, u otras de la película Traffic (2001).

Adivino en Estampas del Valle un programa o guión de un asombroso logro literario. Confieso que la información que sobre el escritor he dado la remito de oídas: el propio volumen, Wikipedia… confieso que hasta ayer que me compré el libro no había oído nunca hablar de este autor, pese a haber vivido en Estados Unidos, tener amigos estudiosos de la literatura chicana y ser ávido degustador de relato hispanoamericano. El lector sabrá perdonarme esta falta, porque acaso él o ella tampoco conociera hasta hoy a este gigante de las letras hispánicas que ahora desembarca en España, esperemos que para quedarse (la misma editorial promete para el año que viene Klail City y sus alrededores, original de 1976). Sinceramente, tengo tantas ganas de leer más obra de Rolando Hinojosa–Smith como si se tratase de Juan José ArreolaGuillermo Arriaga o cualquiera de los antes mencionados.  Quiero vivir en el condado de Belken con sus habitantes, quiero beberme unas raspas -o unos tequilas- con ellos, quiero quemarme con su sol y que me sane una curandera partiéndome un huevo en la cara (bueno, eso no). Permítaseme terminar esta reseña intertextuando al amigo Fran G. Matute, con una pregunta: ¿para qué cruzó Rolando Hinojosa-Smith el Océano Atlántico? Para que lo lean ustedes, evidentemente.

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