03 mayo 2013

El libro que se lo come todo

El joven Moriarty: El misterio del dodo

Sofía Rhei

Fábulas de Albión, 2013

ISBN: 978-84-939379-5-9

208 páginas 

15,20 €

Ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera



Luis Manuel Ruiz

Hace un tiempo, se inventó en los mentideros un nuevo concepto de literatura que rápidamente recibió su socorrida etiqueta inglesa (pero ¿qué es de alguien en internet si no tiene apellido inglés?): el 'crossover'. Para entendernos, el 'crossover' es una clase de libro que pueden leer con idéntico placer y provecho personas de nueve a noventa y nueve años, y que descree con feliz candor de convenciones del tipo de las generaciones, los suplementos críticos, las academias, los manuales, los análisis-de-la-condición-humana, los retratos-del-fin-de-una-era y quincalla por el estilo: esto es, esos libros de toda la vida que nos regalaban con la fanfarria de la Primera Comunión, generalmente de pastas amarillas y con ilustraciones en blanco y negro, que colocábamos en el estante junto a los balones y las naves espaciales, que aprendíamos a despreciar cuando el bozo nos oscurecía la mandíbula y a los que regresábamos de cuando en cuando en secreto, hojeando clandestinamente las páginas para que nadie nos sorprendiera en compañía de detectives, piratas y científicos locos, porque esas no son cosas adultas que se puedan confiar por las buenas a la novia recién adquirida. Como definición zoológica podríamos llamar al 'crossover' el libro omnívoro; y ello porque fue concebido con el propósito primero y central que debe animar a cualquier libro: el de comerse indiscriminadamente al lector. El gran libro, el libro maestro, es un espécimen peligroso: un depredador. Si te muerde, no te suelta; amenaza con tragarte enterito y hacerte pasar el resto de tu vida en su estómago de papel; te ase la mano con los dientes y no afloja el mordisco hasta alcanzar la contraportada.

Lo precedente es necesario si queremos entender qué tipo de cosas escribe Sofía Rhei y si avanzamos la premisa de que Sofía Rhei escribe 'crossovers'. Este El misterio del dodo, inicio de una serie que esperemos que respeten las vicisitudes del mundo editorial, es una novela escrita (al menos en principio) para un lector adolescente, enamorado de las sorpresas, de las peripecias en lugares y tiempos remotos, con héroes y villanos, amores soterrados y misterios que resolver. Pero sucede, claro, que todos somos en el fondo lectores adolescentes o que llevamos uno de esos dentro como la fina linfa de la naranja sobre la que han crecido las rugosidades de la cáscara: de modo que, de una u otra manera, todos nos sentimos llamados por la historia, por los personajes, por el efluvio de cosa lejana y a la vez inmediata que transmite el discurrir de la trama, y no podemos detener nuestro camino hasta la página final.

El misterio del dodo abunda en todas las vertientes de felicidad que asociamos con la literatura desde que recibimos nuestros primeros regalos encuadernados con motivo de la Comunión: la era victoriana, patria mítica de exploradores, asesinos y genios de la deducción; un supervillano que aquí todavía viste pantalón corto y cuyos planes de masacre se quedan en la cocina de casa; las profundas mansiones de la campiña inglesa en que los misterios se desenvuelven entre cofias y servicios de porcelana; gentes llegadas de enigmáticos confines del mundo, en esa época en que el mundo aún contenía confines, que hipnotizan con la sola fuerza de su presencia o de su voz; un sentido del humor infantil, fresco, desinhibido, próximo a veces a lo surreal y que roza en otras recovecos de la certeza humana menos superficiales de lo que nos podríamos creer. Y aparte, los guiños; apariciones y frases esporádicas que apuntan al imaginario del lector y que le arrancan una sonrisa de agradecido reconocimiento: el profesor Darwin, el reverendo Dodgson, el hijo de un jardinero apellidado Watson, el hijo de un carnicero apellidado Reaper. Por concretar, El misterio del dodo relata una maratoniana jornada de sospechas, sobresaltos y dudas en la casa solariega de los Moriarty, en plena naturaleza británica. El protagonista, el joven James, asistido por su amigo Watson, deberá enfrentarse a su inicua hermana Arabella, hermosa hasta el asco, para resolver la misteriosa desaparición de un pájaro nunca visto y al que pocos quieren bien: el dodo del tío Theodosius. La solución de dicho rompecabezas exigirá a James un despliegue de dotes deductivas que provocará el pasmo en el público, por no hablar del incremento significativo de su buen humor.

A todos los méritos anteriores hay que sumar otros dos adicionales, a tener más en cuenta en esta época del desaliño digital y la comida en serie: una cuidadísima y coqueta edición de Fábulas de Albión, con su papel en tonos manila, y unas ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera, deudoras de Edward Gorey y el grabado decimonónico, que sirven para añadir sabor mitológico a los párrafos a que acompañan. El resultado es un libro exquisito, suave, que no sólo da gusto recorrer en el plazo escaso que dura una tarde, sino que querríamos mirar, oler, repasar, regalar, como los libros de antaño.

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