31 enero 2013

¿Pudo haber un Franco más gracioso?



El general y la musa

Román Piña Valls

Sloper, 2013

ISBN: 978-84-940204-5-2

216 páginas

15 €




José María Moraga

Si Gil de Biedma nació “en la edad de la pérgola y el tenis” (¡perdonado, Jaime!), la mayoría de los reseñadores de Estado Crítico somos hijos de la democracia. Para nosotros, el Generalísimo Francisco Franco Bahamonde es una figura histórica heredada, a medio camino entre el horror y el ridículo. Parafraseando a J. M. Serrat, “si no fuera tan temible nos daría risa”. Que Franco es risible a pesar de los pesares no es algo nuevo, abundan las parodias, las vueltas de tuerca al personaje: el poder siempre diana de las burlas, que levante la mano quien no se sepa algún chiste de Franco. Pero Franco es gracioso además a unos niveles que solo los gourmets del humor sutil pueden percibir. Sus esfuerzos por pasar a la historia, su marcialidad viril, su retórica caduca, provocan risa por lo inútiles y absurdos que parecen hoy. Provocan la risa propia del humor surrealista.

Sin recurrir a la parodia o la sátira, basta acercarse a las fuentes primarias: las propias imágenes de Franco hablando en inglés, tutelando a Carmencita mientras esta desea lo mejor “a los niños de Alemania”, o su discurso reprobando el ataque a la embajada española en Lisboa  (aquello de la "conspiración masónico-izquierdista de la clase política, en contubernio con la subversión terrorista-comunista en lo social") son piezas dignas de figurar en las antologías del humor patrio, junto a los disparates de Miura o Tip y Top.

A un nivel más serio, la Guerra Civil, como gran trauma o catarsis fundacional es el mito nacional por excelencia. Intuyo que por esta razón la figura del Caudillo ha sido secuestrada en tantas ocasiones- por partidarios y detractores- y utilizada desvergonzadamente como mascarón de proa para satisfacer los anhelos de cada uno. Todo el mundo ha escrito o rodado sobre Franco y/o la Guerra (hasta Eduardo Mendoza ganó el Planeta con una novela sobre el tema, se queja Román Piña), y no han faltado quienes han resucitado al Generalísimo en sus obras, desde Vizcaíno-Casas (…Y al tercer año resucitó, 1978) hasta Álvaro Vázquez de la Torre ("Hallaré la muerte, si me llega", 2012). La última barrabasada que conocemos en este subgénero de la Franco-ficción es El general y la musa (2013), del mallorquín Román Piña Valls, quien ya deslumbrara en 2009 con Stradivarius Rex. La pregunta con que el provocador videotráiler (visionado imprescindible) promocional de esta novela nos interpela es “¿Pudo haber un Franco más gracioso?”, y mi respuesta es “¿Más gracioso todavía!”.

Aunque resumir un libro no sea el objetivo de una reseña, en esta ocasión se hace imprescindible dar noticia del argumento de El general y la musa. Cuando en 1933 Azaña -Presidente de la República- envió a Franco a Baleares como jefe de la Comandancia Militar para tenerlo lejos de Madrid y de tentaciones golpistas (hasta aquí la verdad histórica), el General(ísimo) redactó un diario íntimo donde refleja sus actividades en Mallorca durante seis meses. Lejos del Franquito marcial de los cojones por bandera y los platos de lentejas por montera, en este diario descubrimos a un Franco inédito hasta ahora: melómano, consumado percusionista de jazz, bebedor en demasía, juerguista, curioso, soñador incluso. Franco frecuenta a la intelectualidad de la isla, y así aprende el mallorquín de la mano de Francesc de Borja Moll o practica el nudismo junto a Robert Graves. Para alarma de Carmen Polo, Franco comienza a desplegar una conducta inexplicable por lo disipada: toca jazz en un club nocturno, se enamora de Patricia Conde y la enarbola como musa aun sin saber quién es (sí, esa Patricia Conde), o se enfrasca en una detectivesca pesquisa sobre la autenticidad de las huellas dejadas por Frédéric Chopin y Georges Sand tras su estancia en Mallorca en 1838-39.

Por si esto fuera poco, Román Piña completa al Franco mallorquín -auténtico G.I. Joe- con extrañas visiones: Franco inventa el carril bici, Franco compone “Imagine” o “I Am the Walrus”, Franco pergeña los guiones de Casablanca, Solo ante el peligro o Ciudadano Kane…, todo ello sin dejar de lado su realidad contemporánea, pues el futuro Caudillo no tiene empacho en acudir a un lupanar con líderes radicales de la izquierda (Largo Caballero) o la derecha (José Antonio). Tamaña desvergüenza supone la conversión del General Francisco Franco en un monigote, en un muñeco de ventriloquía que puede llenarse del contenido que uno desee, y la verdad es que Román Piña desea para Franco unas cosas acojonantemente divertidas. Algo así como el Tom Sawyer, detective (1896) de Mark Twain, que pretendía explotar el éxito de un personaje famoso, pues aquí “Franco, jazzman”, “Franco, nudista”, “Franco, adalid del catalanismo” y “Franco, detective” también, por qué no. Franco, el ‘bright young thing’ de los años 30, pero no por los motivos que todos recordamos (héroe de África, general más joven de Europa, etc) sino por otros que molan infinitamente más.

Parece que el novelista haya querido decirnos “si todo el mundo puede apropiarse de Franco y adulterarlo, por qué no yo”; o, parafraseando los libros que ahora escribe Miqui Otero: “Elige tu propio Franco”. Yo, queridos lectores, prefiero que Franco sea fan de Louis Armstrong a que dé un golpe de estado de corte fascista, en otras palabras: prefiero el brazo de Lionel Hampton al incorrupto de Santa Teresa. Tengo que decir que no me había reído tanto con una ucronía y una sátira desde Fabulosas narraciones por historias (1996) de Antonio Orejudo (quien, por cierto, situaba en los años 30 una novela titulada Los Beatles). De todas las excentricidades y locuras que Román Piña pone a hacer y decir al Generalísimo, creo que el gran acierto y el tuétano de la novela es su obsesiva investigación acerca del legado mallorquín de Chopin. Admito que, al ser hijo del Estado de las Autonomías, no conozco bien la historia de Las Islas Baleares, pero me ha parecido detectar en El general y la musa una gran carga irónica contra algunas de las vacas sagradas de la actual autonomía balear. Todo el asunto de la verdad histórica, lo que ocurrió y lo que no y cómo nos lo han contado, es uno de los temas principales de la novela, y es tema sobre el que a día de hoy podemos sacar provechosa reflexión, como durante todo el affaire de la autenticidad de los pianos de Chopin o como cuando F.B. Moll le dice a Franco que “Cataluña no es España” porque “¿No ve que tenemos otra lengua y otra cocina?” (p.108).

Si el encuentro de Robert Graves con otros militares-intelectuales como Sigfried Sassoon, Wilfred Owen o Lawrence de Arabia está perfectamente documentado en varios libros, no lo estaba el encuentro con Franco, y ¿cómo podíamos pasar sin conocerlo? Son tantas las anécdotas y los diálogos disparatados que encierra El general y la musa que no revelaré más para no aguar el placer de su lectura. Si he de ponerle un “pero” sería el cierre del libro, insatisfactorio para mí pero acorde con el posmoderno prólogo con que la obra comienza y en todo caso coherente con el universo "romanpiñeano". Háganse un favor y corran todos -franquistas, antifranquistas, los de la 3ª España-, corran todos a leerlo. ¿Pudo haber un libro sobre Franco más gracioso? Sinceramente, lo dudo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial. Tiene una pinta estupenda.
Gracias por la reseña.

Mariluz dijo...

Me alegra saber que el mediterráneo refresca magines tan originales como el de Piña. Alicante se congratula de que las aguas del Mare Nostrum al menos les tocaran los cojones al Dictador. La novela será mía esta tarde. Bien por Moraga.