22 noviembre 2012

La dignidad del luchador



En llamas

Suzanne Collins

Molino, 2012

ISBN: 978-84-2720-213-9

416 páginas
15,20 €

Traducción de Pilar Ramírez Tello



Jesús Cotta

Pues sí, me estoy leyendo la segunda parte de la trilogía. Me atrapó la primera y sigo atrapado en la segunda. Pero aún me quedan las diez últimas páginas.

No sé si el final me defraudará, porque, como pasa con la vida, un buen final salva una novela mediocre y un mal final malogra una buena novela. Pero me arriesgo a recomendarla aunque no sepa el final, porque la protagonista de la historia, con su carácter a veces agrio y su corazón de oro y de superviviente, me tiene enamorado.

La novela vuelve a insistir en el mismo argumento que la anterior (la supervivencia de unos héroes en unos juegos tétricos y televisados), pero ahora el ingrediente del amor y de la indignación contra la injusticia convierte a la prota y a sus amigos ya no en meros héroes sufrientes, sino en héroes luchadores e inteligentes que van a dar un buen golpe.

Me gusta porque el libro tiene lo que para mí son los ingredientes de una buena novela y los comparto contigo, lector:

1. Sacar el máximo partido a un argumento sencillo. Como dice mi amigo Jabo H. Pizarroso, una buena novela es un tiburón avanzando rápido por el océano y puede tener como mucho una o dos rémoras colgando de su vientre. Esta novela es un tiburón sin rémoras.

2. Un argumento consistente en una misión que cumplir. ¡Y menuda misión: mantener la dignidad cuando la muerte que recibes o que ocasionas a otro se convierte en un espectáculo morboso para gente indigna!

3. Un personaje principal, intenso y humano, con alguna flaqueza y alguna grandeza. El personaje principal es en este caso una chica que ya se ha convertido en mujer, porque el dolor ha acelerado el fin de su adolescencia y el principio de una edad adulta generosa y sabia.

4. Mucha peripecia, con intriga, sorpresa y algún remanso de paz. De eso tiene mucho la novela. Es una técnica despreciada por algunos escritores muy aburridos.

5. Un mundo muy grande del que solo se muestre una parte muy pequeña. Eso es para mí lo mejor de las novelas distópicas: que el autor sepa del mundo que ha creado mucho más de lo que nos cuenta.

6. Gracia y emoción, pero no sarcasmo ni lacrimogenia. Hacer llorar con maniqueísmos o reír con burradas es un mal recurso que aquí está ausente.

7. Ni una pizca de tesis, de propaganda o maniqueísmo. La prota nos habla de sí misma, y no nos aburre con las conclusiones morales que cada uno saca sin que ella nos ayude.

8. Un final feliz, pero sin pasarse, porque el verdadero héroe es el que triunfa, pero el que pierde algo valioso en el camino. Ulises volvió por fin a su esposa, pero después de perder diez años de vida y muchos compañeros en el camino.

9. Y nada de todo lo anterior si la novela es buena. No sé qué pasa, pero el caso es que las buenas novelas se pueden permitir el lujo de hacer lo que les dé la gana. Esta novela no llega a ese extremo de excelencia, porque lo que la hace buena no es su excelencia literaria, sino todos los ocho ingredientes anteriores.

El décimo ingrediente es para mí la voz de un autor invisible, que no tome partido, que no hable, que no exista. Pero ese ingrediente no vale para esta novela, porque la que nos lo cuenta todo es la prota, siempre en tiempo presente.

Hablar en presente tiene una impagable ventaja: todo lo que ocurre le va sorprendiendo a ella a la vez que al lector, lo que aumenta nuestra complicidad con ella.

Te recomiendo esta novela y si tienes hijos con más de trece años, regálasela para los Reyes Magos.

Un saludo a todos.

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