12 abril 2011

Los detectives silvestres

Blanco nocturno

Ricardo Piglia

Anagrama, 2010. Colección "Narrativas hispánicas"

ISBN: 978-84-339-7215-6

299 páginas

19 €

Premio de la Crítica 2011



José María Moraga

Ricardo Piglia regresa con una obra alucinante. No es que servidor se haya vuelto un moderno trasnochado y use el término “alucinante” para calificar una novela excelente, es que la lectura de Blanco nocturno (2010) me ha dejado, literalmente, alucinado. Porque se trata de un libro ambicioso, con vocación de Alta Literatura pero enraizado en varios géneros más –digamos- populares. De este modo Piglia nos muestra su doble faceta: de un lado, erudito profesor de Harvard o Princeton, crítico elevado; del otro, editor de novelas policiacas –subsección ‘hard-boiled’. El resultado es un cóctel exquisito que los paladares exigentes sabrán agradecer.

Lo popular y lo culto se entrelazan –permítaseme el tópico- en Blanco nocturno, de manera que nos encontramos con una aparentemente convencional historia policiaca que a mitad de libro “estalla” en un frenesí posmoderno de intertextualidad, fragmentación y teoría crítica. Añádanse unas gotas de literatura gauchesca y nos daremos de bruces con una de las novelas más inquietantes que he leído en los últimos años. Blanco nocturno es una novela policiaca de Ricardo Piglia pero no es Plata quemada (1997). Si aquella era una novela negra, urbana, violenta, sórdida en su temática y rabiosa por lo realista (recordemos que se trataba de una “novela de no ficción”, onda Capote), la que hoy nos ocupa es un relato de pueblo, más pausado, con un trasfondo rural que llega a alcanzar una estatura mitológica.

Las referencias parecen claras desde un principio: el Borges de “El Sur” o “La muerte y la brújula” (entre Poe y el Martín Fierro), el Bolaño más fragmentario y desasosegante y un fatalismo apegado al terruño digno de Faulkner. El pueblo donde se desarrolla la acción de la novela - innominado- y su región circundante son ese campo inmenso, la pampa, la casa de los gauchos y estancieros que observan con recelo cómo su proverbial tranquilidad se ve alterada con la llegada de forasteros que acuden al pueblo a desbaratar un orden establecido desde la eternidad. El que tal osa recibe la muerte, la condena al ostracismo o un virus de desasosiego existencial: lo que es es, ha sido y será siempre igual, y vanos son los intentos del hombre (léase modernidad, racionalismo, extravagancia…) por alterar estos principios inmutables. Incluso el aparente movimiento que ocurre en el pueblo se enmarca dentro de unos límites prefijados, con el baile de amores díscolos, chaladuras, muertes o escándalos matrimoniales como piezas de un guión escrito por un demiurgo ajedrecista.

Formalmente, Blanco nocturno empieza como novela policiaca, pero enseguida muta y se convierte en un complicado rompecabezas posmoderno en el que la explicaciones (como el significado último, para el denostado en este blog Derrida) son siempre “diferidas”. Elipsis, saltos cronológicos, aparato crítico ‘à la’ Foster Wallace, son algunos de los recursos de los que Piglia se vale para irnos llevando por donde a él le da la gana, pero la broma suprema consiste en creerte que te estás leyendo un libro y cambiártelo: hasta tres personajes principales coexisten en Blanco nocturno. A la mitad de la novela ya resulta aparente que esto no va a ser un ‘whodunnit’ en el que el detective los va a sentar a todos en un salón para resolver satisfactoriamente el crimen.

Otro aspecto destacable es la dimensión ideológica o filosófica del libro. Piglia aprovecha su cuentito policial para engatusarnos con sus ideas sobre el hombre, la vida, el destino de los seres humanos, la capacidad de rebelarnos contra éste… temas universales yuxtapuestos al gran trasfondo argentino de la novela (Perón, los gauchos, la “Guerra contra el Indio”…). Archisabida es, además, la conexión entre novela negra y psicoanálisis, y aquí el autor no desaprovecha la oportunidad de presentar, valiéndose de los sueños de uno de los personajes varias ideas que beben de Jung o de ese “inconsciente como texto” lacaniano. De hecho, el chiflado/ultralúcido personaje en cuestión exclama en varias ocasiones que la obra de su vida está hecha de “el material con que se forjan los sueños” (¿un guiño del Piglia más ‘noir’ a El halcón maltés? ¡Ah, no… que la cita es de Shakespeare!).

En suma, Ricardo Piglia ha tardado trece años en dar a la imprenta otra novela desde Plata quemada y la espera, desde cualquier punto de vista, ha merecido la pena. Por lo visto hasta ahora puede apreciarse que Blanco nocturno no es una obrita ligera; sin embargo, me daría mucha pena que sacarais de esta reseña la impresión de que es un rollo, aunque un poco cultureta para sacarle todo el jugo me temo que sí hay que ser. Nada a lo que el lector medio de Estado Crítico no esté acostumbrado, por otra parte…

2 comentarios:

José Martínez Ros dijo...

Me alegro mucho de leer su reseña, Sr Moraga, ya que estaba muy dubitativo entre leer o no esta novela, de la que he leído crítica que la ensalzan y otras que la dejan por los suelos, cuando no por los infiernos.

José María Moraga dijo...

Se agradece, Sr. Martínez Ros. Y en cuanto a la novela, que no haya duda: merece mucho la pena.