18 abril 2011

El club de los poetas huecos



Astillas

Celso Castro

Libros del Silencio, 2011

ISBN: 978-84-938531-2-9

278 páginas

17 €



José María Moraga

Resulta reconfortante que haya reseñas como la que nos dio José Martínez Ros de El hacedor (de Borges), Remake (2011) el pasado 14 de abril. Más que nada por lo bien argumentada y lo informada que estaba. Nadie acusará a este blog de “no entender” o de no estar a la altura de lo que se lee. Si, según Vicente Luis Mora, el problema de la crítica actual en España es que no se encuentra equipada cultural o generacionalmente para lidiar con los toros “mutantes” que se les vienen encima, no es este el caso de Estado Crítico. “Nadie más cortesano ni pulido/ que nuestro Rey Felipe, que Dios guarde”. Nadie más intertextual ni postmoderno que servidor de ustedes, y sin embargo os tengo que prevenir acerca del libro de hoy.

Astillas (2011) de Celso Castro, es la segunda parte de El afinador de habitaciones (2010), en la que constituye la autodenominada serie “relatos del yo”. Donde otros verán genialidad, riesgo, y vanguardia inclasificable yo he visto una serie de fogonazos inconexos –destellos, si queréis- envueltos en un papel de regalo muy brillante y llamativo, pero ya sabéis que el papel de regalo (lo mismo que las cáscaras) siempre se acaba desechando. Y tranquilos, que he entendido el libro. Uno tiene menos de 35 años y ha leído a Balzac, a Dostoievski, pero también a Bret Easton Ellis y a e. e. cummings. Igual que vosotros. De modo que lo siento, pero no nos la van a colar doblada a estas alturas.

Nada tengo contra la experimentación formal o la vanguardia, sobre todo si tienen un contenido o conducen a algo. Pero si antes cité a uno de los hermanos Machado ahora cito al otro: “Desdeño las romanzas de los tenores huecos/ Y el coro de los grillos que cantan a la luna./ A distinguir me paro las voces de los ecos,” y el problema es ese, que Astillas me parece un eco, no una voz. Formalmente, la novela se presenta como un aparentemente inconexo monólogo interior en primera y segunda persona dividido en capítulos. El libro cuenta, además, con ausencia de mayúsculas, con un uso idiosincrático de la puntuación (puntos y seguido distribuidos al azar, guiones para expresar énfasis) y un abuso verdaderamente irritante del polisíndeton (unirlo todo con conjunciones : “y… y… y… y…”). Estoy seguro de que Celso Castro conoce otros nexos coordinantes y subordinantes aparte de “y” o “que”, el problema es que el narrador (y personaje protagonista) no.

Así y todo, la lectura de Astillas, bien que molesta en ocasiones dado el intento de la novela por reflejar la oralidad (leer no es lo mismo que escuchar… ¿alguna vez habéis leído la transcripción de una conversación? ¿A que resulta un coñazo? Pues imaginad una conversación de 278 páginas) no resulta especialmente difícil. Diría que se lee con cierto interés porque la historia no deja de tener su aquel. Las tribulaciones de un joven poeta (el más ridículo y fatuo desde el Stephen Dedalus de Joyce- pero donde Joyce ponía distancia irónica Celso Castro pone…) politoxicómano, paranoico, depresivo y suicida enganchan porque su vida se ve envuelta en diversos episodios dramáticos de sexo, muerte, intoxicación y sucesos paranormales. Además, lo confieso, a uno de los personajes se le acaba por coger cariño (Judit).

No es lo único bueno del libro, entre la logorrea del narrador de vez en cuando brillan perlas de intuición, como cuando el chaval anuncia que va a ir a suicidarse a San Petersburgo porque “eso mejora mucho la biografía”. No penséis en Miguel Mihura, empero, porque el humor es precisamente lo que le falta a Astillas, cuyos personajes parecen tomarse demasiado en serio. ¿Generación X? ¿Y? ¿Z? ¿Contra qué se rebelan exactamente? ¿Contra su vida de clase media, sus trabajos, sus inquietudes artísticas, el PP? El narrador es poeta, y él te lo deja muy claro desde el minuto 1: va a todas partes con su cuaderno y en él toma nota de sus ideas geniales, haciendo bueno el axioma perfopoético de que “un friki de barrio también es capaz de amar”.

Las “astillas” de Astillas son fragmentos, son los versos que el protagonista va vertiendo en su “escombrera” (como él llama a su libreta de poemas) y que conforman una especie de separata lírica inacabada, que recorre toda la novela como una irregular veta de prosa poética. La historia de locuras, apariciones de ultratumba y amores trágicos amenaza con continuar en ulteriores entregas de esta saga “del yo” (pese a que el final de esta novela podría hacer presagiar lo contrario, en un mundo convencional). Nada en este libro parece convencional, pero me da la sensación de que todo está tan estudiado que se pierde la supuesta espontaneidad. Sí, es una novela, y está pensada, pero… que no se note, ¿no?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si lo de “un friki de barrio también es capaz de amar” es del autor de Astillas, corro a comprar el libro. Es de lo mejor que he leído en estos años. Si no es así, hágamelo saber, please.

Pedrito Benjamín, niño mexicano,

Anónimo dijo...

Pues a mí me gustó mucho, en dónde tu encuentras defectos, yo encuentro virtudes, pero me pasa a menudo con las reseñas de este blog. Lo que no os gusta, me gusta, y lo que os gusta, no me gusta
¿porqué será? ¿tendencias o tendenciosos?

José María Moraga dijo...

-Anónimo #1: Lamentablemente, tan agraciada frase no es obra de Celso Castro, sino de un anónimo perfopoeta de la noche.

-Anónimo #2: Entonces no te quejarás... que nuestro criterio te es indefectiblemente útil a la hora de elegir tus lecturas! Nos sentimos halagados.