24 noviembre 2010

El filo de la desesperanza

Bancos de niebla

Juan Carlos Palma

Paréntesis Editorial. Colección Umbral. 2010

ISBN: 9788499191348

118 páginas

12 €


Daniel Ruiz García

La nueva novela de Juan Carlos Palma está hermanada con cierta tradición del género en la que la voz narrativa representa a un personaje más bien secundario de la trama, cuyo propósito es contar desde su condición de espectador o incluso de gregario la vida o la experiencia de otro. Ese otro se erige, a través de las elipsis, de los silencios, de su latente ausencia, o bien de sus apariciones escasas pero siempre intensas, en el personaje central, siempre rodeado de misterio, de un halo de intriga. El propósito de la voz narrativa en este tipo de novelas, e incluso de la propia novela, es siempre dotar de comprensión a esa intriga, completar el puzzle que el mismo personaje representa. Si le preguntamos a Vila-Matas, no dudará en afirmar que el paradigma de esta categoría de novelas se encuentra en Baterbly el escribiente, de Mellville. Sin embargo, hay muestras de este tipo de narrador diseminadas a lo largo de toda la Historia de la literatura: las propias novelas de Sherlock Holmes son un ejemplo claro del narrador testigo. Ejemplos hay para cansarnos: por gusto personal, me quedo con El filo de la navaja, de Somerset Maugham (¿para cuándo el reconocimiento crítico definitivo de este imprescindible?). Pero si hay una novela a la que Bancos de niebla me ha recordado, es a El Gran Meaulnes, de Alain-Fournier.

Porque la historia de Bancos de Niebla es una especie de elegía, de canto sentido a una suerte de Meaulnes invertido, de contra-Meaulnes. La antítesis del maravilloso personaje dibujado por Alain-Fournier, el chico malo de la clase, el travieso, siempre predispuesto a la aventura, el estereotipo que después llego a hacerse carne de celuloide a través de James Dean. El anti-Meaulnes se llama en la novela que nos ocupa Mario, y es un chico torpe, enfermizamente introvertido, sometido al escarnio permanente de los compañeros de clase. Si en la novela de Alain-Fournier quien se encargaba de trazar el retrato de Meaulnes era un compañero de clase, Francisco Seurel, aquí quien ordena e intenta dotar de comprensión la vida de Mario es un amigo de infancia, Andrés –trasunto, suponemos, del propio Juan Carlos Palma, si damos por buena la aclaración que acompaña al final de la novela-, que lucha contra sus propios fantasmas intentando comprender las verdaderas causas del infortunio del protagonista.

Para que una novela con este planteamiento funcione, se exige un alto nivel de competencia en la capacidad de dosificación de la información. Es importante mantener un equilibrio en la forma de proporcionar los datos, y favorecer así el deseo de lectura, con una tensión sostenida que sólo debe vaciarse en el último capítulo. La brevedad, desde luego, ayuda (la novela no supera las 120 páginas), pero hay que aplaudir la forma en que Juan Carlos Palma sale airoso del reto, demostrando que, desde luego, no es nada primerizo en esto de la narrativa (además de publicar varias novelas, ha obtenido algunos galardones de peso, como el Rodrigo Rubio de Novela Negra). Como forma de apuntalar la narración y dar cabida a ese personaje que se mueve desde la remembranza y la ausencia, Palma se vale de un recurso que tiene mucho de cinematográfico: la audición de una serie de cintas de audio grabadas en distintos momentos de su vida por el personaje central en las que éste va narrando de forma pormenorizada su propio testimonio y, sobre todo, sus sentimientos. De esta forma, hay breves monólogos interiores que se intercalan con la voz narrativa, la del amigo que recuerda, que se erige como la voz principal, y que se afana en el objetivo de rellenar los huecos de silencio e incomprensión. Esta voz del amigo gana en intensidad hacia el final de la historia, a partir de la narración de un sueño no cumplido que recrea al Mario que nunca fue y que resulta de gran belleza. Es el momento de mayor brillo de la novela y en el que la narración alcanza mayor altura poética. Sólo por esas páginas finales merece la pena leer este libro.

Algo que no escapa a los lectores de mi generación es la incorporación de referencias culturales, sociales y de ocio enormemente estimulantes para todos los que habitamos en esa región infantil de los años 80. Además de los valores propios de la historia, Bancos de niebla resulta muy interesante porque rescata vivencias y recuerdos en los que de una forma u otra todos los que crecimos en aquellos años nos vemos reconocidos. Sentí un verdadero fogonazo de recuerdos, por ejemplo, cuando en un momento de la narración Palma alude al juego de mesa El imperio Cobra, con el que a menudo jugué de pequeño. También están los clics de Famobil, los juegos del Spectrum… Un escaparate de iconos propios de la infancia de los 80 que Palma maneja con desparpajo y sin complejos, sabiéndose parte indisociable de una cultura popular que es necesario reivindicar por encima de los estiramientos propios de la gran cultura. Algo parecido a lo que hace José Ángel Barrueco en Recuerdos de un cine de barrio, y que empieza a barruntar que los 80 serán un terreno bastante prolífico de cultivo para la narrativa que viene.

2 comentarios:

Juan Carlos Palma dijo...

Aunque suene un poco cursi, y siguiendo con tu discurso, sólo para leer tu excelente crítica, ha merecido la pena publicar esta novela.

Fran G. Matute dijo...

Se nota que cierta generación está empezando a escribir sobre sus años mozos.

Por lo que he podido leer, los 80 también están retratados en la última novela de Pablo Gutiérrez, "Nada es crucial"... y según nos dejó caer Dani Ruiz en su blog, su nueva criatura también es referencial a esa época... En fin, que nos hacemos mayores...