22 noviembre 2010

Botella al mar

Yo no vengo a decir un discurso

Gabriel García Márquez

Mondadori, 2010

ISBN. 9788439723530

160 páginas.

15,90 euros.

Rafael Suárez Plácido





Hace ya seis años del anterior libro de García Márquez, Memorias de mis putas tristes. Había ganas de volver a leer algo suyo, porque sus libros son siempre interesantes, incluso los menos afortunados. Yo no vengo a decir un discurso (Mondadori, 2010), podría parecer uno de estos. No es una novela. Es una selección de discursos que ha leído en público. El primer texto, que leyó con dieciséis años y que contiene el título del libro, augura lo peor, una colección de textos anecdóticos. Pero seguimos leyendo y el tono es diferente. Repite varias veces que su peor temor es recibir un premio u homenaje y tener que leer un discurso. En este libro recoge veintidós. Si es tan difícil, ¿por qué editarlos ahora?
La explicación la encontramos a partir del quinto texto: el discurso que leyó cuando recogió el Nobel de Literatura, en 1982. Una obra maestra. “La soledad de América Latina” nos muestra en pocas páginas el motivo por el que ese continente fascinó tanto a los europeos desde el primer momento. La mejor explicación del mejor realismo mágico. Una tierra que no ha ido sino agrandando ese abismo con Europa. Y con referencias obvias a Bolívar pide al mundo que permita a América vivir sus sueños e ir ganando sus conquistas. Todo lector de García Márquez debería conocerlo y esta es una buena oportunidad, porque a partir de aquí no hablaría de discursos coyunturales, sino de joyas que explican su visión del mundo latinoamericano. Los temas son muy variados: la poesía “que Luis Cardoza define como la única prueba concreta de la existencia del hombre”, la desigualdad social, el cine, la pintura, la ecología, las mentiras de la prensa (que trata con delicioso humor en “No estoy aquí”), sus amigos (Mutis, Cortázar) o el ejército como aliado del poder. Son muchos los temas que aborda en textos brillantes. Voy a detenerme en tres.
“Periodismo: el mejor oficio del mundo”, alegato nostálgico del periodismo que él mismo ejerció durante muchos años. En parte responsabiliza a los docentes, al sistema actual de la docencia, que impone lecturas obligatorias y abusa del fragmentarismo en los textos que ofrece a sus alumnos. Otro ejemplo que ofrece es el uso de la grabadora, que nos lleva a pensar que “la voz de la verdad no es tanto la del periodista, como la de su entrevistado.” Él prefiere el periodismo de autor. Recuerdo sus artículos publicados en Notas de prensa (Mondadori, 5 vols).
Quizá mi texto favorito sea “Botella al mar para el dios de las palabras”, origen de la polémica que suscitó su afirmación: “Jubilemos la ortografía.” La frase, como suele pasar, está sacada de contexto. Se aboga, eso sí, por una simplificación de la gramática para que unifiquemos la lengua en los países de habla hispana.
Otra muestra de valentía y sinceridad es “La patria amada aunque distante”, que leyó en Medellín, en pleno centro del conflicto colombiano. Ataca los dos negocios, la droga y el tráfico de armas, que enriquecen a algunos en su país y que empobrecen a casi todos. Ataca también a los que permiten que este negocio sea tan crematístico, los consumidores: Estados Unidos y Europa.
Siempre la belleza, pero la belleza útil. Siempre a contracorriente, aunque sea el autor vivo más popular y leído del planeta. Si no han leído Cien años de soledad o, mi favorita, El amor en los tiempos del cólera, no pierdan el tiempo y vayan a leerlos. Si ya los conocen y los han disfrutado, lean Yo no vengo a decir un discurso. El debate está abierto. No se arrepentirán.
[Publicado en El Correo de Andalucía]

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