04 mayo 2010

Esto sí es cervantino



Stradivarius Rex

Román Piña

Sloper, 2009

ISBN-13: 978-84-936717-2-3

268 páginas

15 €




Daniel Ruiz García

Después de que hace algunos años varios escritores pregonaran con ruido el Fin de la Novela como género, en estos momentos asistimos a un encendido debate crítico en torno a dos modelos de novela: el modelo galdosiano, caracterizado por el realismo, y que encuentra su expresión más definida en la producción prosística europea más emblemática del siglo XIX, y el modelo cervantino, que tiene su origen en El Quijote y en su compleja estructura de tramas, puntos de vista y voces narrativas. La solución a esta supuesta crisis de la novela ha implicado una operación de drástica sangría sobre el brazo de la propuesta galdosiana-realista, que ha salido claramente perdiendo a favor del modelo cervantino, que se configura como la solución a todos los males. La mayoría de la producción novelística que se está imponiendo en las grandes y no tan grandes editoriales patrias va en la senda cervantina. Los tiempos, desde luego, acompañan, y ante una situación de crisis de valores, heterogeneidad de discursos, cuestionamiento de las ideologías y triunfo de todo eso que en conjunto ha venido a llamarse postmodernidad, la fórmula que se impone es la de la novela de estructura compleja, del juego, donde la clásica trama de presentación-nudo-desenlace se diluye, y donde la voz narrativa apuesta por el recorrido sinuoso, por la oscuridad premeditada, sin contenerse a la hora de emitir juicios, y favoreciendo el desarrollo de propuestas a medio camino entre la novela y el ensayo, o la novela y la poesía, o la novela e incluso el programa de televisión.

Creo –y esto ya es una opinión personal- que en buena medida el deslumbramiento por la fórmula cervantina tiene algo de sarampión, de infección producida por un exceso de sensibilidad y perspicacia, por un carácter demasiado impresionable, el de nuestros escritores, hacia una situación, la del cambio y la ruptura, que en verdad resulta casi aburrida por su recurrencia. Opino que seguirá habiendo propuestas cervantinas en un futuro, pero que la proporción de novelas que cuentan historias interesantes sin necesidad de epatar o de artificios retóricos o estructurales se revertirá nuevamente, y volveremos a lo que siempre fue este género: el arte de contar historias con pegada. Entretanto, toca lidiar con esta profusión de obras que buscan la rareza o la complejidad de forma a veces sonrojantemente obvia, entre las que hay de todo, como en botica. A la hora de enfrentarnos a estas obras, conviene recordar algo que en cierta medida se ha convertido en un lugar común, y que nos ayuda a separar el grano de la paja. Para llegar a El Quijote, Cervantes tuvo que sumar muchas horas de oficio. Picasso alumbró el Guernica después de adquirir un dominio pleno sobre el dibujo, la perspectiva y la forma. Para llegar a esa textura casi deshecha, como tallada desmañadamente sobre el barro, de las últimas piedades de Miguel Ángel, el italiano universal tuvo que aprender a transformar un gran bloque de mármol en un gigante sin más recurso que un martillo y un cincel. A este respecto, es interesante lo que revelaba recientemente el crítico y escritor Manuel Rico en su blog, a raíz precisamente del debate sobre el modelo de novela del siglo XXI.

Desde su condición de escritor, decía que:

Estoy en condiciones de afirmar que lo que me parece más fácil es la opción por la fragmentariedad, escribir sin un orden premeditado, respondiendo a impulsos inconscientes, trasladar al texto citas internas, textos de otros guiado por un azar tan caprichoso como irracional, encadenar ideas e imágenes... Y lo más difícil, construir una historia con un lenguaje revelador, exigente, trabajar una trama que muestre e intente resolver las contradicciones que viven los personajes (que han de ser vivos, de carne y hueso y alma), crear un mundo, una atmósfera, una suma o una interrelación de vidas, una sucesión de acontecimientos tejidos por una lógica que los emparente y les dé sentido. Para mí es esto último lo más difícil, lo que requiere de un esfuerzo sostenido (de lenguaje y de imaginación) hasta lograr una obra en la que nada suene a gratuito, a capricho no justificado, a mero artificio. No por casualidad, algunos amigos narradores llegaron a confesarme hace un par de años las serias dificultades con que se encontraban a la hora de estructurar una trama, su admiración hacia aquellos que lograban, con cierta facilidad, construir historias (al margen de la estética con que las trazaran) y sus limitaciones para escribir otra cosa que no fuera un libro de relatos o una sucesión de reflexiones, estampas/fragmentos o anécdotas”.
  
Lo que Manuel Rico viene a decir, hablando en plata, es que detrás de ese afán por el “corto y pego”, detrás de esa obsesión por rizar el rizo y buscar la frescura, se esconde en muchos casos una incapacidad por contar bien las cosas. Por narrar, en definitiva, y hacerlo con nervio, con tensión, con interés.

Toda esta introducción, algo extensa, viene a cuento del libro que traemos hoy a esta reseña. Se trata de Stradivarius Rex, de Román Piña. Una novela que encarna lo mejor del modelo cervantino. De hecho, es la novela más netamente cervantina que recuerdo.

Román Piña construye un artefacto rabiosamente postmoderno. Por su propio argumento, encarna, de hecho, a la perfección, lo que cualquiera podría entender como literatura mutante. La historia va de un tipo que cada mañana se levanta siendo una persona diferente. Es víctima de un extraño conjuro o experimento o maldición por la que tiene que soportar vivir millones de vidas, padeciendo cada existencia única durante 24 horas. Un argumento de poso kafkiano que Román Piña resuelve con pericia gracias al tono. Porque Stradivarius Rex es sobre todo una novela humorística. Es por eso que digo que resulta netamente cervantina. Porque si hay algo que hay que elogiar a El Quijote es su sentido del humor. Es lo que en última instancia nos lleva a identificarnos con los personajes, a descender a su altura, a compadecernos de su drama. Como en El Quijote, en Stradivarius Rex hay modernidad, pero también un trazo firme de personajes. No hay, como explicaba Rico, una sucesión de reflexiones o anécdotas, no hay una juntura mal cosida de relatos. Hay muchas historias distintas dentro de una gran historia, donde gobierna sobre todo el drama triste y a la vez hilarante de un personaje miserable condenado a una existencia mutante y portátil.

Román consigue algo muy difícil. Como Cervantes, consigue que nos creamos una historia absolutamente disparatada. Igual que entramos al trapo de creernos que hay un loco que confunde a los molinos de viento con gigantes, nos convencemos de que Marcos Badosa puede levantarse cada mañana en la piel de un tipo diferente. Que entremos en ese juego sólo obedece a una justificación: la pericia del autor. El talento narrativo. Román Piña se sabe postmoderno, se sabe mutante, pero sobre todo se sabe resultado de una herencia cultural que viene de siglos. A este respecto, la novela que está dentro de la novela, “Salvar al Soldado Aquiles”, que escribe el propio personaje protagonista, es, amén de un derroche de humorismo fino, una evidencia contundente de que el escritor asume su genética literaria. Hay que ser muy hábil para incrustar en medio de una novela toda una reinterpretación en clave jocosa de la mitología homérica, colando a personajes como John Lennon o Woody Allen, sin que ello resulte forzado o extraño. En este tiempo en el que a muchos les duele la boca reivindicándose como discípulos de la tradición cervantina, más de uno debería hacer como hace Román Piña. Ir más lejos, a la raíz homérica, el vientre del que emanó toda la ficción europea.

Léanla, se la recomiendo. Van a reírse. Van a leer una buena novela.

3 comentarios:

Aránzazu Miró dijo...

Qué reseña espléndida y bien justificada que a mí, como lectora, me deja a la altura del betún. Un placer leer comentarios así.

Fran G. Matute dijo...

Joder, Daniel, que ilusión me hace esta reseña. Yo le tengo mucho cariño a Román Piña (y eso que no lo conozco en persona) y lo que he leído de él me encanta y estoy todo el rato recomendándolo a propios y a extraños... Espero que esta entrada sirva para darlo a conocer más por estos lares...

Daniel Ruiz García dijo...

Después de la reseña que le hiciste en tu blog, Fran, me quedé con ganas de hincarle el diente. Hay otro al que le tengo muchas ganas y del que también hablaste muy bien, el de Wyndham Lewis que está en Impedimenta. Después de la Feria del Libro de Sevilla, una reseña de éste caerá seguro por aquí.