11 marzo 2010

La grandeza de los espejos

Robert Browning

Gilbert Keith Chesterton

Renacimiento, 2010

ISBN: 9788496956544

226 páginas

16 €

Traducción de Vicente Corbi

Manolo Haro

Chesterton gustaba de pasear por los confines que ribeteaban Londres. Lo hacía para hollar caminos que el último lamido del sol teñía de índigo apartado del mundanal ruido de la ciudad y, sobre todo, para observar la vida gigante de los hombres periféricos. La periferia, la desubicación, lo extraordinario, entendido esto último como la manifestación de una condición al alcance de cualquier hombre que se lo propusiera, le procuró a Chesterton el hilo de unas biografías que trabajó hasta confeccionar, de manera sagaz y original, algunos de los retratos más personales que se han escrito sobre San Francisco de Asis, Santo Tomás de Aquino, Chaucer, Dickens, William Blake, Stevenson o G. B. Shaw, entre otros.
La publicación de la vida del poeta Robert Browning, cuyo nombre, poco a poco y afortunadamente, va apareciendo en los catálogos de las diversas editoriales que han rescatado su obra del empeño mezquino y cerril que pone el olvido con algunos autores, hemos de celebrarla como un pequeño acontecimiento que llena de regocijo a los amantes del poeta y a los admiradores del autor de El hombre que fue jueves. Concretamente, allá por el año 2000, aquéllos que siguieron los meandros canonizantes de Harold Bloom pudieron leer el poema “Childe Roland a la torre oscura fue”, inserto en su libro Cómo leer y por qué. Esa composición rasgaba un tanto el telón, nos dejaba oír el leve sonido de una voz que el lector atento supondría como valedora de alguna que otra antología. Así fue: la editorial DVD publicó cinco años después La licencia y el límite, una pequeña muestra de la hermosura y extrañeza que el poema seleccionado por Bloom ya anunciaba. Belacqua también ha contribuido a que El anillo y el libro, una obra que los lectores de Borges conocían ya desgranada en sus planteamiento y en su estilo, llegara a saciar el hambre de Browning que tenían los que habían ido confeccionado sus bibliotecas con muchos de los títulos dictados por el argentino.
En esta paulatina recuperación agregamos ahora la mencionada obra de Gilbert Keith Chesterton que la editorial Renacimiento, reconocida devota de la producción del autor –no pocos son los títulos de éste que van agrandando su catálogo bajo tal sello–, nos ofrece. Que un biografiado y un biógrafo sin parangón se citen en una misma obra es más que motivo suficiente para pasar sus hojas durante unas cuantas horas de regalada lectura. Quizás el placer nos venga porque el estilo del inventor del Padre Brown, con sus juegos malabarísticos en torno a lo paradójico, nos desenmascara la vida apasionante de Browning, su poesía y el concepto de ella. Todo contador de vidas, detrás de la tramoya de escenarios, conversaciones y atardeceres recreados, esconde entre el puñado de datos mucho de él mismo. De hecho, leyendo este libro no hay duda de que Chesterton vio en el poeta o quiso ver una concepción del mundo y de la creación vecina a la suya. “Odió con un odio acendrado el esteticismo, la bohemia, las irresponsabilidades del artista y la moral deseada de Grub Street y del Barrio Latino”. Barajen las cartas y a ver de quién de los dos se trata. Nos introducimos poco a poco en la atracción de feria de los espejos. Según el narrador, Browning tiene una de las características de los movimientos modernos por excellence: la apoteosis de lo insignificante. “El poeta de la antigua epopeya es el poeta que había aprendido a hablar: Browning es la nueva epopeya, es el poeta que ha aprendido a escuchar”, convirtiéndose en un hombre que sabe “percibir la terrible e impresionante poesía de las noticias policíacas, que en general se califican de vulgares, que son espantosas y pueden ser indeseables, pero que nada tienen de vulgares”. De nuevo andamos perdidos en la galería de espejos.
La vida de Browning no tiene desperdicio desde que se fugó a Italia con la poetisa Elizabeth Barrett, rescatándola de una enfermedad que la tenía postrada y de una familia que se empeñaba en conservarla en ese estado. Hay en el libro divertidísimas anécdotas contadas con estilo soberbio, como la referida a la afición al espiritismo de Miss Barrett, enfrentada al escepticismo absoluto de su esposo. El estilo de Chesterton no gusta de la planicie, sino que se construye a partir de sagaces apreciaciones no exentas de humor y fina ironía. Todo el libro es una fiesta, incluso en las habitaciones más sombrías de la vida del biografiado.
Chesterton conocía la obra de Browning como las medidas de su cara. Esto le llevó a confeccionar la obra desde la memoria, citando así, desde los rescoldos avivados por su propio recuerdo, los versos que más le gustaron. De hecho, Leslie Stephen, el padre de Virginia Woolf y corrector de la serie “English Men of Letters donde aparecería el libro, llamó la atención sobre las imprecisas citas que el autor había utilizado. Cuando sus editores se lo advirtieron, el escritor se quejó, según el propio Stephen, como “un elefante herido”.

* Guardo entre mis anaqueles una edición crítica de la W.W. Norton & Company de la Robert Browning´s poetry, más como tesoro que como libro vivo. Mi inglés no da para tanto. Brindo el volumen a aquel que se aventure a traducirlo. “The bough of cherries some oficcious fool/ broke in the orchand for her […]”. Ya ven, la belleza.

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