10 febrero 2010

Todo por la pasta

Viajes Borges, Talleres Hemingway

Mark Axelrod

Thule, 2009.

ISBN. 978-84-92595-43-3

220 páginas.

14,33 euros.









Alejandro Luque

El título de este libro es su primer acierto, y probablemente el mayor: los nombres de Hemingway y Borges son dos cebos que muchos lectores mordemos siempre. Nos acercamos con curiosidad a estas páginas y, atendiendo a la contraportada, nos disponemos a abordar “una secreta guía cultural” que a través de Europa y América, siguiendo el rastro de comercios y productos “que ostentan los grandes nombres de la civilización occidental”, va a explicarnos “los pequeños giros del destino que llevaron a grandes personalidades de todos los tiempos a mezclarse con el vil parné”.
Suena bien, ¿no? Abordamos pues el primer capítulo, que narra las desavenencias entre Andersen y Kierkegaard a cuenta de un café derramado sobre un manuscrito, y que concluye con la apertura de un restaurante por parte del primero. “Qué curioso –piensa el lector-, no tenía ni idea de esto”.
Continúa el sumario (cuya numeración, por cierto, es defectuosa) con la historia del café que Karen Blixen abrió en Copenhague tras explotar con su marido una plantación en África, y con el pub Boswell, el restaurante Colette o el café Kafka, y lo mismo con los chocolates Leibniz, los bolsos Lautrec o el dentífrico Rembrandt...Y, antes o después, según el grado de suspicacia que uno maneje, llega a la conclusión de que todo es más o menos inventado. En sus viajes por el mundo, suponemos, el autor Mark Axelrod, al parecer profesor de Literatura Comparada en California, ha ido fotografiando carteles o etiquetas con nombres de celebridades y recreando a partir de ellos la historia de cómo podría haber sido su fundación. ¿Por qué no presentarlo así al público, como el ejercicio de estilo que es?
Pero son otras las objeciones que podemos hacerle al proyecto de Axelrod. Para empezar, no parece demasiado difícil encontrar comercios que lleven nombres de gente famosa: las ciudades suelen ser agradecidas con sus mejores hijos, y rotulan calles y plazas con sus nombres. Luego, no es inusual que los comercios que se abran allí se bauticen del mismo modo. Por ejemplo, en la zona de Alexandre Dumas de París hay una Farmacia Alexandre Dumas, lo cual no significa que ni el padre ni el hijo se dedicaran jamás a vender jarabes, que se sepa. Y no digamos cuando se trata de simples apellidos, algunos de lo más comunes en sus países de origen.
A esa sensación de pequeño fraude se le suma otra pequeña decepción. Si Axelrod hubiera escrito unas vidas imaginarias a lo Schwob, tal vez podría haber llegado más lejos. También si se hubiera atrevido a llevar el humor que subyace en muchas de estas piezas algo más lejos. Porque si la gracia consiste en rebajar los nombres sagrados a la categoría de bagatela comercial, me temo que la realidad siempre va a superar a la ficción. En cambio, el juego de los nombres famosos se agota muy pronto por quedarse en eso, en puro juego, como el mago que repite el mismo truco una y otra vez. La verosimilitud va sufriendo estragos en la misma medida en que la fantasía no alcanza a encandilarnos. Un experimento original, en fin, que no pasa de experimento.

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