07 diciembre 2009

Mundos desconocidos, lecturas conocidas

Perturbaciones

Varios autores. Selección de Juan Jacinto Muñoz Rengel

Salto de Página, 2009.

ISBN 978-84-936354-6-6.

384 páginas.

20,50 euros.


Alejandro Luque

El mercado y la crítica no se habían enterado hasta hace poco, pero son ya muchos los años que el relato corto en España lleva viviendo una larga primavera sin la menor sospecha de provisionalidad. En el campo concreto del relato fantástico, este florecimiento no debe extrañar si consideramos el peso de una tradición que va de Bécquer a Fernando Quiñones, pasando por las inacalculables riquezas de la veta hispanoamericana: un siglo largo de prodigios que forzosamente debía seguir creando escuela.
En esta antología de Muñoz Rengel vuelve a ponerse de manifiesto ese vigor sostenido, con un amplio abanico de 26 autores que comprenden casi tres generaciones, desde José María Merino (1941) a Miguel Ángel Zapata (1974). Aunque, como siempre en estos casos, cualquiera puede ceder a la tentación de lamentar ausencias o denunciar inclusiones arbitrarias, pocos podrán cuestionar los méritos de gente como Fernández Cubas, Juan Pedro Aparicio, Igncio Martínez de Pisón, Fernando Iwasaki, Pedro Ugarte, Carlos Castán, Miguel Ángel Muñoz, Félix Palma o Luis Manuel Ruiz.
Selección naturalmente heterogénea, hay en la mayoría una voluntad de no abusar de fenómenos sobrenaturales y criaturas inverosímiles. Por el contrario, el asombro suele brotar de contextos familiares y cotidianos, en los que se deslizan uno o varios elementos difíciles de asimilar con las herramientas de la lógica. Perturbaciones, eso son, alteraciones del orden racional, anomalías o distorsiones de la realidad.
Otro de los escasos puntos en común de casi todos los antologados es el modo en que unos y otros guiñan a sus referentes literarios, y que no pocas veces raya el homenaje. Poe y Kafka compadecen asiduamente en estas páginas; tampoco les son extraños Borges y Cortázar, y a partir de ahí se hacen más o menos visibles otras figuras, ya sean Carver, Italo Calvino o Roald Dahl. A ratos da la sensación de que la literatura fantástica actual, sintiéndose derrotada por el imbatible espectáculo del cine o los videojuegos –o acaso sabiendo que juega en otra liga-, busca su espacio en ese ámbito de referencias librescas, metaliterarias diría alguno, para hacerse fuerte y competitiva a la hora de reclamar la atención del público.
En la asimilación que cada autor ha hecho de la herencia literaria reside uno de los encantos primordiales de este libro, pero también una de sus intermitentes flaquezas. Si el escritor se somete demasiado a los dictados tradicionales, si no se libera de los más rígidos cánones del género, acabará dejando al lector, como sucede en muchos pasajes de Perturbaciones, con la sensación de haber visto o leído una historia similar en alguna parte. Se dirá que ése es el peligro de toda la literatura, y es cierto. Pero, ¿cómo no exigir al relato fantástico, precisamente, el máximo rendimiento de la imaginación, la máxima rebeldía ante lo ya conocido?

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