10 septiembre 2009

No hay Bolaño pequeño

Una novelita lumpen.

Roberto Bolaño

Anagrama, 2009

ISBN. 978-84-339-7196-8

151 pág.

15 euros.




Alejandro Luque
Lo siento: no pertenezco a la grey de los que exaltan a Bolaño como inventor de la fórmula de la cocacola. Ni Los detectives salvajes, que me abrumó, me parece el nuevo Quijote, ni creo que 2666 sea el gran pistoletazo de salida para la narrativa hispana del siglo XXI. Claro que también lamento no estar con los iconoclastas profesionales que colocan al chileno en el estante de los autores del montón y le niegan el más mínimo mérito. El simple hecho de que todas sus novelas, sus relatos y sus artículos sean de grata lectura y capaces de perdurar en la memoria ya hace de él un caso extraordinario. Pregúntese de cuántos puede decirse lo mismo en los últimos veinte años.
Aunque pueda sonar chocante, prefiero al Bolaño de las (supuestas) pequeñas empresas que al escritor faraónico de los dos títulos mencionados. Tal vez por eso abrí la primera página de Una novelita lumpen y no pude soltarla hasta llegar, un par de horas después, a la última. La obra pertenece a una serie de novelas de encargo sobre ciudades que una célebre editorial encomendó a varios escritores hispanoamericanos. El hecho de que sea eso, un trabajo alimenticio –el propio título, con esa calificación, novelita, parece restarle importancia– la hace aún más interesante: nos permite leer a Bolaño sin la molesta aureola del clásico contemporáneo... y lo que queda es un escritor puro, un gigantesco contador de historias, excepcionalmente dotado para ejercer una seducción constante sobre el lector prescindiendo de artificios vistosos, con una estructura sencilla, frases cortas, prosa limpia y directa.
La acción se desarrolla en Roma, aunque este dato resulta por completo irrelevante: por más que se mencionen cuatro referencias de la capital italiana, podría tratarse de cualquier otro escenario. La protagonista (pues la voz narradora, como sucedía en Amuleto, es femenina y en primera persona) vive con su hermano en la casa de sus padres, fallecidos en accidente de tráfico. Un buen día el hermano, que trabaja en un gimnasio, llega a casa con dos forzudos, un boloñés y un libio, que no tardarán en instalarse junto a ellos. Los chicos convencen a la chica para que se introduzca como acompañante sexual en casa de un curioso personaje, Maciste, un ex Mister Universo que en su día participó en películas de musculosos luchadores y que ahora, ciego y decadente, posee supuestamente una caja fuerte que los jóvenes sueñan con limpiar.
Todas las figuras actúan como movidas por una fuerte inercia, sin cuestionarse nada demasiado, o al menos sin sacar a la luz sus subjetividades, lo cual no deja de ser un rasgo muy común en la narrativa de Bolaño. Son lumpen, parias sin conciencia de clase, sin pasado, ni siquiera tienen nombre. Sumidos en un sofocante taedium vitae, sin demasiadas ambiciones ni expectativas, su vida pasa entre lamentables programas concurso de televisión, lectura de revistas bobas y complementos energéticos para culturistas. Ni siquiera cuando la chica tiene relaciones con sus dos inquilinos tiene importancia cuál de ellos entra en su cama. Los sentimientos, las ilusiones, se encienden tímidamente como cerillas en medio de la oscuridad para quedar enseguida consumidas.

“Todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación”, dejó dicho el autor en su discurso de recogida del premio Rómulo Gallegos, y tal vez sean palabras perfectamente aplicables a esta novela y a alguna generación posterior. Los protagonistas no sólo son huérfanos porque hayan perdido a sus padres: también padecen una desoladora orfandad ideológica, cultural, ética. A menudo invita a recordar, en esa voluntad de radiografiar a una juventud perdida, a George Perec, también famoso huérfano, que Bolaño veneraba.
El relato, en apariencia lineal, dará mucho trabajo a los amantes de las disecciones, pues está trufado de guiños y detalles jugosos, y de conexiones más o menos evidentes con obras anteriores del chileno. Hay quien ha llegado a ver una clara correspondencia entre el Belano y el Lima de Los detectives salvajes y el boloñés y el libio, lo cual no deja de parecerme para sacar nota. Yo invito, por ejemplo, a meditar sobre la enigmática figura de Maciste, a releer los sueños que relata la joven (Juan Villoro decía que los sueños de Bolaño poseen “la sobriedad exterior de un delirio de Kafka”) o demorarse en esa encuesta que rellena ociosamente. Este es sólo un ejemplo:


-¿Qué actriz de cine te gustaría que fuera tu mejor amiga?
-Maria Grazia Cucinotta (Es extraña esta respuesta, pues Maria Grazia Cucinotta siempre me ha parecido una mujer superficial y egoísta, preocupada únicamente de sí misma).
-¿Qué actriz de cine te gustaría ser?
-Maria Grazia Cucinotta.


Novelita, sí, y de encargo, sin pretensiones. O tal vez con la única pretensión válida, la de escribir bien, condenadamente bien, yendo a por todas, poniendo la carne en el asador, reciclando el dolor, el hastío y el desasosiego en materia de reflexión y placer estético, dejando en el paladar una bola de chicle que mascar lentamente después de cerrar el libro, con su sabor amargo de larga duración. Todavía habrá hagiógrafos y detractores a los que le parezca poco.

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